viernes, 12 de marzo de 2010

Paso 3: Ser bautizado

Cuando termina de ofrecer el sacrificio, el sacerdote debe lavarse también. Lavar sus manos y sus pies que se han llenado del polvo de la tierra. Para ello se dirige a un depósito de agua que se encuentra en el mismo atrio. Se le conoce como el lavacro, o también, la pila para el Lavado.

No es posible que continúe su ministerio en el interior del tabernáculo, sin haber sido purificado por el agua. Nadie puede entrar en la presencia de Dios, impuro. Si el sacerdote hubiera omitido este paso, el fuego consumidor de Dios le habría destruido.

A nosotros se nos hace esta invitación: “Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura” (Hebreos 10:22).

Por eso decimos que el tercer paso es ser bautizados con agua, un símbolo de la purificación que Dios obra en nuestra vida y un testimonio público de que hemos aceptado avanzar por el camino de salvación que Dios abre delante de nosotros.

Note la experiencia del carcelero de Filipos que fue mencionada anteriormente. “A esas horas de la noche, el carcelero se los llevó y les lavó las heridas; en seguida fueron bautizados él y toda su familia” (Hechos 16:33).

Otra experiencia bíblica nos ayuda a observar esta misma secuencia. Podemos leerla con tranquilidad en Hechos 8:26-40. Una tarde Felipe estaba acostado, probablemente tomando una siesta. Cuando el ángel del Señor le dijo que fuera a la carretera. Felipe se levantó y obedeció. Estando allí, vio que se acercaba un taxi con un motor de dos caballos de fuerza. El pasajero de dicho taxi estaba leyendo las Escrituras del profeta Isaías. Cuando se acercó a Felipe y éste se dio cuenta de lo que leía, le preguntó: “¿entiendes lo que lees? ¿Y cómo voy a entenderlo —contestó— si nadie me lo explica?” Así que invitó a Felipe a subir y sentarse con él.

No dice la Biblia exactamente qué le haya explicado Felipe a este Señor, ni por cuánto tiempo. Sólo dice que “le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús.” Pero con toda seguridad el etíope comprendió el camino de salvación y su necesidad de ser bautizado, pues tan pronto como avistaron un lugar donde había mucha agua, dijo el etíope: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” “Si crees de todo corazón, bien puedes,” fue la respuesta de Felipe. Ante este requisito previo, el etíope respondió: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.” La historia concluye diciendo: “Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.”

El Señor Jesús también confirmó esta secuencia de pasos. “El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado” (San Marcos 16:16). Primero es creer, luego ser bautizado. No se pueden saltar paso alguno. El bautismo de bebés no sigue el plan de Dios, pues los bebés no son capaces de creer antes de ser bautizados. El que no crea —aunque se bautice— será condenado. Eso es lo que afirma el Señor Jesús. ¿Tú le crees?

En el exterior del Santuario se presenta aquello que los teólogos han denominado “Justificación por la Fe”. Algunos han complicado el asunto hasta hacerlo difícil de comprender. Pero la salvación de Dios está disponible para todos, no sólo para teólogos con muchos años de estudio. Por eso, lo simplificó en tres pasos y lo plasmó en el Santuario y sus servicios.

  1. Arrepentirse y confesar que somos pecadores. Esto es producido por el Espíritu Santo en nuestra vida.
  2. Aceptar a Jesucristo como Salvador personal. Sin necesidad de que alguien, o yo mismo, me ayude. Él es poderoso para salvarme.
  3. Ser bautizado. Un acto público como testimonio de que acepté a Cristo como Salvador y que él purifica mi vida.
Cuando hemos concluido este último paso, “nacemos de nuevo”, como le diría el Señor Jesús a Nicodemo en San Juan capítulo 3. O bien, en las palabras del Apóstol Pablo: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17)

No se puede ignorar lo que a continuación sigue diciendo el apóstol: “Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.» Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:18-21).

Estos pasajes nos introducen en la siguiente etapa. Somos nuevas criaturas, recién nacidos para ser embajadores de Cristo.

Si en el instante siguiente a que nacemos de nuevo, muriésemos tendríamos garantizada la salvación y la vida eterna. Si en el instante siguiente a que nacemos de nuevo, Cristo apareciera en gloria y majestad con sus millones de ángeles, con toda seguridad seríamos arrebatados para estar con él para siempre. No cabe la menor duda de ello. Pero en la experiencia de la mayoría de nosotros, esto no sucede.

¿Cómo es, pues, la experiencia de vida de un embajador de Cristo? O dicho de otra manera ¿cómo vive un cristiano que ha sido salvo por la gracia de Dios mediante la fe? (véase Efesios 2:8)

Explicaré esto usando la metáfora del recién nacido. Comenzaré con la siguiente pregunta: Cuando un bebé humano recién ha nacido, ¿cuál es su primera y más apremiante necesidad?

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

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