sábado, 25 de diciembre de 2010

Presentaciones en Powerpoint

Como regalo de navidad, para quienes lo han solicitado, he compartido las presentaciones en Powerpoint para los temas presentados anteriormente. Puedes verlos en el sitio http://www.scribd.com/document_collections/2776080 y si así lo deseas, puedes descargarlos.

Si te gustaría que presente los temas en tu iglesia, o que llevemos la réplica del santuario, envíame un mail a salvacionensimbolos@gmail.com para ponernos de acuerdo.

Visita nuestra página web en www.salvacionensimbolos.com y en Facebook, www.facebook.com/pages/SalvacionEnSimbolos/224972269340

Feliz Navidad y un próspero año 2011.

viernes, 9 de abril de 2010

Paso 7: Enfrentando el juicio final

Al final de su vida, el cristiano ha de enfrentar el juicio. El apóstol Pablo escribió: “¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios!” (Romanos 14:10). No sabemos el momento en que esto sucederá, pero con certeza seremos de los primeros. El apóstol Pedro añade: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la familia de Dios; y si comienza por nosotros, ¡cuál no será el fin de los que se rebelan contra el evangelio de Dios!” (1 Pedro 4:17).

Sí, el juicio empieza por aquellos que
  1. Reconocieron que son pecadores y necesitan un Salvador.
  2. Aceptaron a Cristo como su Salvador personal, quien murió en su lugar para poder ofrecerles vida eterna.
  3. Fueron purificados mediante el bautismo como testimonio público de su entrega a Cristo y la obra del nuevo nacimiento que obra el Espíritu Santo.
  4. Vivieron una vida en comunión con Dios mediante la constante oración.
  5. Se alimentaron con la Palabra de Dios y enfrentaron las angustias con las promesas que Dios les dio.
  6. Dieron testimonio personal de su decisión de seguir a Cristo ante quienes les rodeaban y les invitaron a seguir a su Salvador.
Al final, enfrentan el juicio prefigurado por el servicio que se realizaba en el Lugar Santísimo, en el Día de la Expiación.

Al atrio del santuario podía entrar cualquier pecador arrepentido, pero al lugar santo, sólo a los sacerdotes les era permitido entrar. El Lugar Santísimo era tan sagrado que ni siquiera los sacerdotes comunes podían ingresar. Sólo el sumo sacerdote y en un día particular del año podía traspasar el velo que dividía las dos secciones del tabernáculo (véase Hebreos 9:6,7).

Ese día era el Día de la Expiación que se celebraba el día diez del séptimo mes. En nuestro calendario no coincide con un día específico, sino que se ubica entre finales de septiembre y octubre. Algo así como la Semana Santa que no tiene fecha fija, sino variable.

Del primero al día diez del séptimo mes todo el pueblo de Dios hacía una preparación espiritual especial. Las trompetas tocaban cada día para anunciar este evento, el más importante del año. Todos debían revisar su vida y si había algún pecado del cual no se habían arrepentido, debían confesarlo y llevar su sacrificio. Porque el día de la expiación era considerado un día de juicio para los Israelitas. Quien no aceptaba el plan de Dios, sería “cortado de la congregación de Israel”.

En ese día se realizaba una ceremonia especial descrita en Levítico 16. Luego de ofrecer el sacrificio de cada mañana, el Sumo Sacerdote traía un becerro para ser sacrificado como “propiciación por él y por su familia. Degollará el novillo para su propio sacrificio expiatorio” (v.11).

“Luego tomará del altar que está ante el Señor un incensario lleno de brasas, junto con dos puñados llenos de incienso aromático en polvo, y los llevará tras la cortina; colocará entonces el incienso sobre el fuego, en presencia del Señor, para que la nube de incienso cubra el propiciatorio que está sobre el arca del pacto. De esa manera… no morirá” (v.12, 13).

Puedo imaginar la escena: el Sumo Sacerdote entrega el recipiente con la sangre del becerro sacrificado a otro sacerdote para que la agite constantemente, evitando así que se coagule mientras él ingresa con el incienso. Según el texto debe llevar dos puñados de incienso y el incensario. Es muy probable que al cruzar el velo cerrara los ojos y avanzaba a tientas hasta detenerse frente al arca. Allí colocaba el incienso en el incensario para que la nube de humo velara la gloria de Dios que brillaba sobre el Arca del Pacto. Esta gloria de Dios se conoce como la Santa Shekinah.

Cuando calculaba que ya todo estaba lleno de humo se atrevía a abrir sus ojos y descubrir que no había muerto en la presencia de Dios. Asentaba el incensario sobre el Arca del Pacto y salía del Lugar Santísimo. “Después tomará un poco de la sangre del novillo y la rociará con su dedo al costado oriental del propiciatorio; la rociará delante del propiciatorio siete veces” (v.14). Una vez realizada este ritual vuelve a salir, esta vez para encontrarse en el atrio con dos machos cabríos.

“Tomará los dos machos cabríos y los presentará ante el Señor, a la entrada de la Tienda de reunión. Entonces Aarón [el Sumo Sacerdote] echará suertes sobre los dos machos cabríos, uno para el Señor y otro para soltarlo en el desierto. Aarón [el Sumo Sacerdote] ofrecerá como sacrificio expiatorio el macho cabrío que le tocó al Señor” (v.7-9).

“Luego degollará el macho cabrío del sacrificio expiatorio en favor del pueblo. Llevará su sangre detrás de la cortina, y hará con esa sangre lo mismo que hizo con la del novillo: la rociará sobre y delante del propiciatorio. Así hará propiciación por el santuario para purificarlo de las impurezas y transgresiones de los israelitas, cualesquiera que hayan sido sus pecados. Hará lo mismo por la Tienda de reunión, que está entre ellos en medio de sus impurezas” (v.15, 16).

“Aarón saldrá luego para hacer propiciación por el altar que está delante del Señor. Tomará sangre del novillo y del macho cabrío, y la untará sobre cada uno de los cuernos del altar, y con el dedo rociará con sangre el altar siete veces. Así lo santificará y lo purificará de las impurezas de los israelitas” (v.18,19).

“Nadie deberá estar en la Tienda de reunión desde el momento en que Aarón entre para hacer propiciación en el santuario hasta que salga, es decir, mientras esté haciendo propiciación por sí mismo, por su familia y por toda la asamblea de Israel” (v.17).

“Cuando Aarón haya terminado de hacer propiciación por el santuario, la Tienda de reunión y el altar, presentará el macho cabrío vivo, y le impondrá las manos sobre la cabeza. Confesará entonces todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera que hayan sido sus pecados. Así el macho cabrío cargará con ellos, y será enviado al desierto por medio de un hombre designado para esto. El hombre soltará en el desierto al macho cabrío, y éste se llevará a tierra árida todas las iniquidades” (v.20-22).

Este segundo macho cabrío que es enviado vivo al desierto prefigura el tiempo cuando Cristo, al venir Cristo por segunda ocasión, se lleve a su pueblo. Entonces aquellos que rechazaron seguir el plan de Dios serán destruidos por el resplandor de su venida. Así se cumplirá lo descrito en Apocalipsis 20:1-3 “Vi además a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Sujetó al dragón, a aquella serpiente antigua que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y tapó la salida para que no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años. Después habrá de ser soltado por algún tiempo.”

El sacerdote entraba por última vez en ese día al Lugar Santísimo, iba a buscar el incensario que colocó allí al principio de la ceremonia. Lo necesitaría para su obra los próximos días y también el próximo año en el Día de la Expiación. Al final del Día de la Expiación que se celebra en el Santuario Celestial, del cual Cristo es el Sumo Sacerdote, la situación es diferente. En Apocalipsis se agrega un detalle: el incensario es arrojado a la tierra. Al terminar su ministerio, Cristo arrojará el incensario. Ya no habrá una nueva oportunidad. Todos los destinos habrán sido sellados para la eternidad.

“Entonces Aarón entrará en la Tienda de reunión, se quitará los vestidos de lino que se puso antes de entrar en el santuario, y allí los dejará. Se bañará con agua en un lugar santo y se volverá a vestir. Después saldrá y ofrecerá su propio holocausto y el del pueblo. Así hará propiciación por sí mismo y por el pueblo” (Levítico 16:23,24).

La experiencia del día terminaba cuando el Sumo sacerdote salía para bendecir al pueblo con las palabras registradas en Números 6:24-26: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz.”

El pueblo estallaba en júbilo, pues “en dicho día se hará propiciación por ustedes para purificarlos, y delante del Señor serán purificados de todos sus pecados” (Levítico 16:30). Todos los participantes en el plan de Dios habían sido salvos. Pero quienes rechazaban este plan, eran cortados del pueblo y morirían por su pecado.

¡Esta es una buena noticia! Al final del día de la expiación los que aceptaron el pacto de Dios no eran condenados. Los únicos condenados eran quienes rechazaron el plan de Dios. “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, aquel que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en el cielo, el que sirve en el santuario, es decir, en el verdadero tabernáculo levantado por el Señor y no por ningún ser humano” (Hebreos 8:1,2). “Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16).

Ahora mismo Cristo está ministrando en el Santuario que está en el cielo por quienes hemos aceptado su plan. Presenta nuestras vidas como evidencia de su poder transformador de vidas. Y pronto vendrá por nosotros para llevarnos con él a vivir por siempre. Ahora es nuestra oportunidad de refrendar diariamente que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal. Tenemos la oportunidad de confiar en sus promesas.

¿Crees que el mensaje del Santuario es una buena noticia? ¿Te gustaría que otros sepan esta buena noticia? Pues compártela con todos los que te rodean. Preséntales a Cristo e invítalos a aceptarle como Salvador. Comprométete con Dios para ser uno de sus mensajeros.

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 2 de abril de 2010

Paso 6: La testificación

Una tercera necesidad del bebé recién nacido es la de moverse. Hay una ley en la vida: todo lo que vive, se mueve, y lo que no se mueve, no tiene vida. ¡Hasta los árboles se mecen! ¡Y la hierba del campo también! La vida del cristiano no puede transcurrir en la inactividad. Aunque algunos pasan mucho tiempo sentados frente al televisor y el fin de semana mucho tiempo sentados en una banca del templo. Son cristianos de aparador, como los maniquíes. Siempre en exhibición, nunca en acción.

Hace algunos años escuché esta historia por parte de un colportor[1]: Un día llegó a visitar un hogar. Saludó amablemente al dueño, quien lo invitó a pasar a su estudio. Después de una breve introducción, se inclinó para sacar de su portafolio los libros que estaba ofreciendo. El cliente alcanzó a verlos, todavía en el interior del portafolio y rápidamente le dijo: “¡Ni los saque! Ya sé de qué se trata.” El colportor intentó explicarle que eran obras de mucho beneficio para las familias. Pero el cliente volvió a decir: “¡Ni los saque! Ya sé de qué se trata… ¡Son libros excelentes! ¿Cuándo me los puede traer?”

Esta situación no se repite todos los días. El colportor quiso esforzarse para obtener un pedido, que ya estaba asegurado. Así que el cliente se levantó de su asiento, se dirigió al librero y abriéndolo le mostró todos los libros que anteriormente había comprado a otros colportores. “Los he leído todos y son excelentes. Por eso no necesito que me convenza de adquirirlos. Yo los quiero.”

“Sé que son libros de la Iglesia Adventista. A través de ellos he aprendido lo que ustedes enseñan de la Biblia. Es más, mi vecino es adventista. Cada sábado por la mañana sale muy bien vestido, con su Biblia bajo el brazo. Se sube a su auto con su familia y se van a la iglesia. Al mediodía regresan.”

“Tiene más de diez años de ser mi vecino. Pero nunca se ha acercado conmigo para invitarme a su iglesia, o a estudiar la Biblia. Tampoco nunca me ha hablado de su Dios, o de lo que él cree. Por eso ni siquiera se imagina que yo sé todo lo que él cree.”

Este vecino es un típico cristiano de aparador, convencido de que es suficiente con exhibirse delante de los que le rodean con su Biblia y de esa manera ha dado testimonio.

El Señor Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (S. Mateo 5:14,16). Así pues, el tercer mueble dentro del Lugar Santo es el candelabro de siete brazos (Menorah) que representa nuestro testimonio.

Este testimonio es muy importante. Apocalipsis 12:11 dice: “Ellos lo han vencido [al Dragón] por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte.”

Cuando uno continuamente da testimonio de su fe, tarde o temprano alguien en algún lugar querrá saber más y le hará alguna pregunta para la cual no tiene respuesta. Eso le llevará a buscar la respuesta en la Palabra de Dios. Pero para entender correctamente la Palabra de Dios acudirá a Dios en oración. Así se forma un círculo virtuoso de testificación – Estudio de la Palabra de Dios – Oración que se repite una y otra vez.

Por otro lado, si uno nunca da testimonio de su fe, descubrirá que nadie se interesará en preguntarle alguna cuestión que usted no sepa. Tarde o temprano descubrirá que ya lo sabe todo y no necesita estudiar la Biblia más. Con el tiempo también dejará la oración. Este es un camino descendente que lleva a la muerte espiritual.

Y cuando un cristiano deja de orar, le sucede lo mismo que a un ser humano que deja de respirar: se muere. ¡Alabado sea Dios! Porque aún en esa triste condición hay esperanza. ¡Dios puede resucitar a los muertos!

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.


[1] Un colportor es un ministro cristiano que distribuye Biblias y libros con un mensaje de salud, bienestar familiar y bienestar espiritual.

viernes, 26 de marzo de 2010

Paso 5: Comunión con Dios, mediante el estudio de su Palabra

Respirar no es la única necesidad del bebé recién nacido. Cuando ya está respirando bien, ¿cuál es la segunda necesidad que se debe atender? Definitivamente, la de alimentarse. La respiración es indispensable para vivir, pero la alimentación es indispensable para crecer y tener fuerzas. Una persona que no se alimenta bien no tiene fuerzas para vivir.

En el Lugar Santo encontramos alimento. Hay una mesa repleta de pan. Es la mesa de los panes de la presencia. Había 12 panes sobre ella, un pan por cada una de las tribus de Israel. “Cada torta debe pesar cuatro kilos” (Levítico 24:5). Esto significa que Dios provee de suficiente alimento para su pueblo.

El pan tiene muchos simbolismos, pero en esta ocasión haré referencia al que desprendemos de las palabras del Señor Jesús a Satanás: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (S. Lucas 4:4 RV60). Así pues, el pan representa la Palabra de Dios.

Este no es el único pasaje de la Biblia en que se simboliza a la Palabra con el pan o con el alimento. Por ejemplo, Jeremías escribió: “Al encontrarme con tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre, Señor, Dios Todopoderoso” (Jeremías 15:16).

El alimento nos da energía para avanzar por el camino de la salvación. Sin el alimento de la Palabra de Dios, podemos desfallecer fácilmente. Por esta razón, el Señor Jesús dijo: “Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor!” (S. Juan 5:39). La vida no puede sostenerse por mucho tiempo sin alimento.

¿Conoces el Salmo 23? Es probable que hasta de memoria lo sepas. Pero, ¿habías pensado que la mesa que aparece en este salmo es la mesa de los panes de la presencia? Hay algunas palabras claves que así lo indican. Pero primero debemos ubicarnos. La mesa de los panes estaba colocada en el lado norte del lugar santo.

El norte en la Biblia es más que uno de los puntos cardinales de la tierra. Con frecuencia no se refiere a una orientación geográfica, sino al lugar por donde llega el enemigo del pueblo de Dios para atacar. Babilonia, Medo Persia, Asiria, quienes históricamente invadieron a Israel, tenían su territorio al este de Israel. Pero un desierto se interponía entre ellos. Los ejércitos habrían perecido antes de llegar a Israel para atacarla. ¿Cuál era la solución? Rodear el desierto y llegar a Israel por el norte.

El principal enemigo del pueblo de Dios es Satanás. El profeta Isaías haciendo una referencia a la caída de Lucero (quien se convirtió en Satanás) escribió: “Decías en tu corazón: «Subiré hasta los cielos. ¡Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios! Gobernaré desde el extremo norte, en el monte de los dioses.” (Isa 14:13). Satanás es el rey del norte, el que aflige (angustia) al pueblo de Dios.

Por eso el Salmo 23 dice: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.” La copa a la que se hace referencia era parte de los utensilios que acompañaban a la mesa. En ella se colocaba el aceite para la libación.

Ciertamente la mayoría de los cristianos actualmente no padece persecución física, pero pronto vendrá una que sacudirá los cimientos de nuestra fe. ¿Podremos resistir dicho ataque? Sólo si nos hemos alimentado abundantemente con la Palabra de Dios.

Entretanto que ese momento llega, somos atacados por diversas crisis que nos causan gran angustia: los problemas económicos, la enfermedad, la muerte. Las malas noticias nos rodean y nos ahogan por todos lados y en todo momento. ¿Cómo enfrentarlas? ¿Cómo mantenernos en pie? ¿Cómo evitar desfallecer? Dios ha hecho provisión suficiente para todos por medio de sus promesas. Nunca se agotará el poder sustentador de su Palabra.

Por eso el Salmista dice: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23:4 RV60). Ante el desaliento, la Palabra nos alienta.

“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes” (Salmo 46:1-3)

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 19 de marzo de 2010

Paso 4: Comunión con Dios, mediante la oración

Sin duda sabemos que todo ser humano nacido necesita respirar. Esa es su primera y más apremiante necesidad. Porque aunque el bebé haya nacido vivo, si no respira, pronto morirá. ¿Cómo hace el médico o partera que recibe al bebé para tener la certeza de que respira? Con toda seguridad no puede preguntarle, pues el bebé no puede responderle.

Pero hay una forma muy sencilla de saberlo: cuando el bebé llora. Si el bebé no llora espontáneamente, será necesario estimularlo mediante una nalgada. También hay que limpiar sus vías respiratorias. Y es que no es posible llorar sin estar respirando.

El sonido del llanto se produce como resultado de la salida de aire de los pulmones. Pero antes de salir aire, debió entrar. Y al proceso de entrada y salida de aire de los pulmones le llamamos respiración o aliento. Es muy común en el futbol que un jugador reciba un golpe y “le saquen el aire”. ¿Alguien ha escuchado el pedido de auxilio de un jugador en esa condición? Definitivamente NO. La razón es muy simple: no se puede hablar, menos gritar cuando no se tiene aire.

Todo ser humano que vive, tiene la necesidad de respirar. De otro modo, muere. Así también un cristiano tiene la necesidad de respirar espiritualmente.

En el interior del Lugar Santo había un altar sobre el cual se quemaba incienso continuamente. El incienso al quemarse producía una nube que llenaba el santuario y su aroma podía sentirse a la distancia. Cualquiera que hubiese ingresado al lugar santo tendría que haber respirado el incienso.

En Apocalipsis 5:8 dice lo siguiente: “Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios.” El incienso representa las oraciones del pueblo de Dios. Esta es la primera y más apremiante necesidad de todo aquél que sigue a Cristo.

Un cristiano que no ora continuamente es como un ser humano que no respira continuamente. ¿Qué le sucede a un humano que no respira? Se muere. ¿Qué cree que le pasa a un cristiano que no ora? ¡Se muere espiritualmente!

Poco tiempo después de que se ha sucedido un deceso, el cuerpo humano se pone rígido, tieso. El cuerpo ya no oye, no habla, no mira, no se mueve. ¿Ha conocido a alguien que alguna vez profesó seguir a Cristo, pero dejó de orar? Si le habla de la palabra de Dios, no le escucha. Si lo invita a ir a la iglesia no se mueve para ir. Si le pregunta acerca de su fe, no le responde. El diagnóstico: ha muerto espiritualmente.

Desafortunadamente con mucha frecuencia, esos muertos espirituales son muy cercanos a nosotros. Algunos de nosotros tenemos hijos que de pequeños aceptaron a Cristo, pero con el paso de los años se apartaron del camino de salvación y vida. Otros tienen a su esposo o esposa, o un padre o madre que se han alejado de Dios y con seguridad la causa de esta muerte espiritual tiene su raíz en la falta de oración personal.

¿Cuánto tiempo puede usted estar sin respirar? ¿Una semana? ¿Un día? ¿Una hora? ¿Menos? ¿Será por eso que el Apóstol escribe: “oren sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17)? Y en el libro “El camino a Cristo” hay una frase que dice: “La oración es el aliento del alma.”

Orar sin cesar no significa que debemos estar de rodillas todo el día. Tampoco es un permiso para dejar de ir al trabajo o a la escuela. Orar sin cesar significa que “ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

Antes de hacer cualquier cosa, pregúntese si en ello Dios es glorificado. Si Dios es glorificado, hágalo. De otro modo, evite hacerlo. Si constantemente nos cuestionamos y procuramos hacer sólo lo que glorifica a Dios, estamos orando sin cesar mientras barremos, lavamos la ropa, cuidamos de los hijos, trabajamos, vendemos, comemos, nos recreamos…

Pero respirar no es la única necesidad del bebé recién nacido. Cuando ya está respirando bien, ¿cuál es la segunda necesidad que se debe atender?

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 12 de marzo de 2010

Paso 3: Ser bautizado

Cuando termina de ofrecer el sacrificio, el sacerdote debe lavarse también. Lavar sus manos y sus pies que se han llenado del polvo de la tierra. Para ello se dirige a un depósito de agua que se encuentra en el mismo atrio. Se le conoce como el lavacro, o también, la pila para el Lavado.

No es posible que continúe su ministerio en el interior del tabernáculo, sin haber sido purificado por el agua. Nadie puede entrar en la presencia de Dios, impuro. Si el sacerdote hubiera omitido este paso, el fuego consumidor de Dios le habría destruido.

A nosotros se nos hace esta invitación: “Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura” (Hebreos 10:22).

Por eso decimos que el tercer paso es ser bautizados con agua, un símbolo de la purificación que Dios obra en nuestra vida y un testimonio público de que hemos aceptado avanzar por el camino de salvación que Dios abre delante de nosotros.

Note la experiencia del carcelero de Filipos que fue mencionada anteriormente. “A esas horas de la noche, el carcelero se los llevó y les lavó las heridas; en seguida fueron bautizados él y toda su familia” (Hechos 16:33).

Otra experiencia bíblica nos ayuda a observar esta misma secuencia. Podemos leerla con tranquilidad en Hechos 8:26-40. Una tarde Felipe estaba acostado, probablemente tomando una siesta. Cuando el ángel del Señor le dijo que fuera a la carretera. Felipe se levantó y obedeció. Estando allí, vio que se acercaba un taxi con un motor de dos caballos de fuerza. El pasajero de dicho taxi estaba leyendo las Escrituras del profeta Isaías. Cuando se acercó a Felipe y éste se dio cuenta de lo que leía, le preguntó: “¿entiendes lo que lees? ¿Y cómo voy a entenderlo —contestó— si nadie me lo explica?” Así que invitó a Felipe a subir y sentarse con él.

No dice la Biblia exactamente qué le haya explicado Felipe a este Señor, ni por cuánto tiempo. Sólo dice que “le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús.” Pero con toda seguridad el etíope comprendió el camino de salvación y su necesidad de ser bautizado, pues tan pronto como avistaron un lugar donde había mucha agua, dijo el etíope: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” “Si crees de todo corazón, bien puedes,” fue la respuesta de Felipe. Ante este requisito previo, el etíope respondió: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.” La historia concluye diciendo: “Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.”

El Señor Jesús también confirmó esta secuencia de pasos. “El que crea y sea bautizado será salvo, pero el que no crea será condenado” (San Marcos 16:16). Primero es creer, luego ser bautizado. No se pueden saltar paso alguno. El bautismo de bebés no sigue el plan de Dios, pues los bebés no son capaces de creer antes de ser bautizados. El que no crea —aunque se bautice— será condenado. Eso es lo que afirma el Señor Jesús. ¿Tú le crees?

En el exterior del Santuario se presenta aquello que los teólogos han denominado “Justificación por la Fe”. Algunos han complicado el asunto hasta hacerlo difícil de comprender. Pero la salvación de Dios está disponible para todos, no sólo para teólogos con muchos años de estudio. Por eso, lo simplificó en tres pasos y lo plasmó en el Santuario y sus servicios.

  1. Arrepentirse y confesar que somos pecadores. Esto es producido por el Espíritu Santo en nuestra vida.
  2. Aceptar a Jesucristo como Salvador personal. Sin necesidad de que alguien, o yo mismo, me ayude. Él es poderoso para salvarme.
  3. Ser bautizado. Un acto público como testimonio de que acepté a Cristo como Salvador y que él purifica mi vida.
Cuando hemos concluido este último paso, “nacemos de nuevo”, como le diría el Señor Jesús a Nicodemo en San Juan capítulo 3. O bien, en las palabras del Apóstol Pablo: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17)

No se puede ignorar lo que a continuación sigue diciendo el apóstol: “Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.» Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:18-21).

Estos pasajes nos introducen en la siguiente etapa. Somos nuevas criaturas, recién nacidos para ser embajadores de Cristo.

Si en el instante siguiente a que nacemos de nuevo, muriésemos tendríamos garantizada la salvación y la vida eterna. Si en el instante siguiente a que nacemos de nuevo, Cristo apareciera en gloria y majestad con sus millones de ángeles, con toda seguridad seríamos arrebatados para estar con él para siempre. No cabe la menor duda de ello. Pero en la experiencia de la mayoría de nosotros, esto no sucede.

¿Cómo es, pues, la experiencia de vida de un embajador de Cristo? O dicho de otra manera ¿cómo vive un cristiano que ha sido salvo por la gracia de Dios mediante la fe? (véase Efesios 2:8)

Explicaré esto usando la metáfora del recién nacido. Comenzaré con la siguiente pregunta: Cuando un bebé humano recién ha nacido, ¿cuál es su primera y más apremiante necesidad?

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 5 de marzo de 2010

Paso 2: Aceptar a Cristo como Salvador personal

El altar del sacrificio representa el segundo paso dentro del camino de salvación: aceptar al Señor Jesús como mi Salvador personal. Ciertamente Cristo murió por los pecados de TODO el mundo (véase 1 Juan 2:2). Pero es indispensable aceptar esta verdad en forma personal. No es suficiente con expresarla verbalmente. También debe creerse de todo corazón. Tampoco es suficiente con creerla secretamente, debe expresarse verbalmente.

El carcelero de Filipos abordó al apóstol Pablo y a Silas con la pregunta “Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo? —Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos —le contestaron” (Hechos 16:30,31).

El ser humano suele preguntar: ¿Qué tengo qué hacer? La respuesta de Dios es sencilla: tienes que creer en Jesús. Pero, ¿creer qué? Creer que él es mi Salvador personal. Creer que él recibió el castigo que yo merezco. Creer que me ha dado vida eterna desde el momento en que le acepté. Creer que es capaz de cambiar mi vida. Creer que volverá por mí y me llevará a vivir a su lado por siempre.

Recuerdo, nuevamente, la experiencia de Asaf el salmista en el Salmo 73. Tenía dificultades para comprender por qué muchos de los malvados prosperaban, mientras que a algunos de los hijos de Dios no les iba tan bien, como él esperaba.

Pero esta dificultad se le acabó cuando entró “en el santuario de Dios”. Allí contempló un montón de cenizas amontonadas frente al altar. Estas cenizas son la promesa de la destrucción definitiva del pecado.

Sólo hay dos formas como la historia puede terminar:
  1. Puedo RECHAZAR a Cristo como mi Salvador personal y al final, ser destruido, junto con el pecado que hay en mí. En este caso, recibiré personalmente la “paga del pecado [que] es muerte” (Romanos 6:23).
  2. Puedo ACEPTAR a Cristo como mi Salvador personal, entregarle mis pecados mediante la confesión, y ACEPTAR que mediante su sacrificio él ya recibió dicha paga. Entonces ACEPTO “la dádiva de Dios [que] es vida eterna en Cristo, nuestro Señor” (Romanos 6:23).
Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 26 de febrero de 2010

Paso 1: Arrepentimiento y confesión

El camino de Salvación se inicia cuando una persona reconoce que ha pecado y necesita salvación. Dios había señalado que el pecador arrepentido debía llevar una víctima para ser sacrificada en el Santuario. Según lo especificado en Levítico capítulo 4, esta víctima consistía en

a. Un becerro, cuando el pecador era un sacerdote ungido, o bien, todo el pueblo (v.3,13,14)

b. Un macho cabrío, si el pecador era un jefe (v.22,23)

c. Una cabra (v.27,28),o una cordera (v.32) si era una persona del pueblo

d. Dos tórtolas o dos palominos, si era una persona pobre (v.7)

e. Dos litros de flor de harina, si ni siquiera tenía para las dos tórtolas o palominos (v.11)

Así pues aprendemos que la salvación está al alcance de todos, hasta para el más pobre. Lo que sí es indispensable, es tomar la decisión de ir al santuario con su víctima para el sacrificio. Ahora el pecador toma su animal, digamos un cordero, y se dirige hacia el santuario.

En Josué 3:3,4 encontramos un detalle muy significativo: “Cuando vean el arca del pacto del Señor su Dios, y a los sacerdotes levitas que la llevan, abandonen sus puestos y pónganse en marcha detrás de ella. Así sabrán por dónde ir, pues nunca antes han pasado por ese camino. Deberán, sin embargo, mantener como un kilómetro de distancia entre ustedes y el arca; no se acerquen a ella.” La tradición judía señala que esta distancia se respetaba en todo momento, es decir, que siempre había un espacio vacío como de un kilómetro alrededor del Santuario.

El pecador debía avanzar al menos un kilómetro llevando su corderito, a la vista de todos. Cualquiera que lo veía podía darse cuenta de su condición de pecador. Pero al mismo tiempo, estaba dando testimonio público de su arrepentimiento y su confianza en el Plan de Dios.

Su fe le impulsaba a ir al Santuario, a pesar de la vergüenza de ser reconocido como pecador. Porque todo aquel que decidía no ir, estaba condenado a muerte por su propio pecado. Conforme el pecador se acercaba al santuario, podía ver que estaba rodeado por una cortina blanca. Cuando llegaba, tenía que rodear el atrio, pues la cortina sólo tenía una puerta. La puerta podía reconocerse porque NO era blanca. La puerta era de color azul, rojo y púrpura.

Una sola puerta había para entrar en el atrio. Esa puerta representa a Cristo Jesús quien dijo: “Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo.” Y el apóstol Pedro afirmó: “En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos.” Sólo una puerta significa que sólo hay un camino y sólo un Salvador, Cristo Jesús. “Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí” (S. Juan 14:6).

Cuando el pecador llegaba a la puerta, era recibido por uno de los sacerdotes oficiantes. Este sacerdote le recibía con un abrazo y le decía: “Bienvenido a la casa de Dios. Este es el único lugar donde puedes encontrar el perdón por tu pecado y la esperanza de vida. Te felicito por venir.” Luego lo invitaba a pasar y se ofrecía para explicar cualquier cosa que el pecador no entendiera, o quisiera saber.

Entrando en el atrio, el sacerdote conducía al pecador, con su corderito al lado norte del altar. En ese sitio le daba las instrucciones para realizar el sacrificio. Primero, debía atar a su cordero. Usando una cuerda, el pecador con ayuda de los sacerdotes amarraba las patas del animalito hasta que éste perdía el equilibrio y caía al suelo.

A continuación el sacerdote le indicaba al pecador que debía confesar su pecado poniendo “la mano sobre la cabeza del animal” (Levítico 4:29). La palabra poner (camak) también puede ser traducida como inclinarse, apoyarse. En el mundo occidental acostumbramos a orar y confesar nuestros pecados arrodillándonos y de esta manera nos imaginamos la escena.

Pero en los tiempos bíblicos para externar humildad y arrepentimiento se acostumbraba postrarse sobre el rostro en tierra (véase Josué 5:14; 7:6; Ruth 2:10; 1Samuel 25:23,41; 2 Samuel 14:4; 2Cron 20:18;). Así que la escena es probablemente diferente de cómo la imaginamos: El pecador se inclinaba con el rostro hacia la tierra y apoyaba todo el peso de su cuerpo sobre el corderito mientras confesaba su pecado.

La tradición judía menciona que en muchas ocasiones el cordero, antes de ser sacrificado, ya sangraba por sus oídos, nariz y boca. Ahora recordemos el pasaje de Isaías 53:5 “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca.”

Todo esto prefiguraba el momento cuando Jesús recibiría sobre sí todo el peso del pecado de la humanidad, antes de morir. El evangelio según San Lucas narra este evento en el capítulo 22 versículo 44: “Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra.” Allí en el Getsemaní, todo el peso de la ley cayó sobre Jesús, como si él fuera el culpable, aunque nunca cometió pecado.

Una vez confesado su pecado, el sacerdote entregaba al pecador un cuchillo afilado y le daba instrucciones para degollar, de un solo tajo, al inocente animal. Sí, el pecador, y no el sacerdote debía sacrificar al cordero (Levítico 4:29 u.p). Esto era todo lo que el pecador podía hacer. El resto de la ceremonia era realizado por el sacerdote.

En la realidad del Plan de Salvación, sólo hay dos cosas que puede hacer el pecador: Confesar ante Dios que ha pecado, y sacrificar al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). El resto lo realiza el sacerdote quien representa al Señor Jesús.

Mientras el cordero muere, su sangre es juntada en un recipiente. Posteriormente, el sacerdote untará los cuatro cuernos del altar del sacrificio con la sangre del cordero y el resto de la sangre es derramada al pie del mismo altar.

Finalmente, el cordero es desollado, cortado en piezas y lavado con el agua de la purificación. El sacerdote debía hacer todo esto con sumo cuidado, para evitar quebrar alguno de los huesos (véase Éxodo 12:46; Números 9:12). De esta manera se prefiguraba que a Cristo no le quebrarían los huesos (véase Salmo 34:20; S. Juan 19:36).

Finalmente el cordero era colocado sobre el altar para ser consumido. Así Cristo recibió “la paga del pecado [que] es muerte,” a fin de que nosotros podamos disfrutar de “vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23).

Hay un pensamiento muy inspirador en el libro El Deseado de todas las gentes, página 17 que dice: “Cristo fue tratado como nosotros nos merecemos a fin de que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por nuestros pecados, en los que no había participado, a fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya.”

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 19 de febrero de 2010

El problema del pecado

Cuando Dios terminó la creación en este mundo, hizo una evaluación de su obra durante los seis días anteriores con las siguientes palabras: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” Es decir, todo le quedó perfecto. No había error alguno, ni defecto. Esto incluía al ser humano que había sido creado a imagen y semejanza de Dios.

Pero en algún tiempo anterior, había surgido un problema en el cielo: el pecado. El principal querubín cubridor se había revelado contra Dios y estaba dispuesto a lastimar a Dios donde más le doliera. Por eso en la Biblia se le llama Satanás (adversario, enemigo). Cuando Dios creó a Adán y a Eva, Satanás vio en ellos un blanco de su ataque: intentaría convertirlos en sus aliados para luego esclavizarlos.

La historia es conocida: Dios le pidió a Adán y Eva que se abstuvieran de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Satanás, escondido detrás de una serpiente inició un diálogo con Eva y la convenció de comer del fruto prohibido. Eva compartió el fruto con Adán quien también comió de él y… “oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Génesis 3:8). La comunicación entre Dios y sus hijos se había roto.

Ahora el hombre tenía miedo de Dios. Esta es la primera consecuencia del pecado. Pero no es la peor, “porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La muerte haría que la separación de Dios fuese eterna.

Lo que NADIE sabía en todo el Universo, es que Dios tenía un plan de emergencia para esta situación. El texto de Romanos 6:23 termina diciendo: “mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.” Dios se haría hombre (Cristo Jesús) para rescatar a la raza humana de las garras de la muerte.

Este concepto es presentado en el Santuario por medio de un montón de cenizas en el lado oriente del altar (véase Levítico 1:16). Allí se colocaban las cenizas producto del fuego que ardía continuamente en el altar. La puerta del Santuario estaba en el lado oriente, así que entrando en el atrio, lo primero que se observaba era ese montón de cenizas.

En el Salmo 73, Asaf el salmista narra su experiencia. “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos.” (v.3) “He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas. En verdad, ¿de qué me sirve mantener mi corazón limpio y mis manos lavadas en la inocencia?” (v.12, 13) “Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable,” (v.16)

Hasta aquí, el salmista se pregunta por qué, aparentemente, a los impíos les va muy bien y en contraste le parece que no vale la pena mantener limpio su corazón. “Difícil de comprender” es su conclusión. “Hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados” (v.17) ¿Qué fue lo primero que vio al entrar en el santuario de Dios? ¡Un montón de cenizas! Entonces explica lo que entendió: “En verdad, los has puesto en terreno resbaladizo, y los empujas a su propia destrucción. ¡En un instante serán destruidos, totalmente consumidos por el terror! Como quien despierta de un sueño, así, Señor, cuando tú te levantes, desecharás su falsa apariencia.” (v.18-20)

“Se me afligía el corazón y se me amargaba el ánimo por mi necedad e ignorancia. ¡Me porté contigo como una bestia! Pero yo siempre estoy contigo, pues tú me sostienes de la mano derecha. Me guías con tu consejo, y más tarde me acogerás en gloria.” (v.21-24)

“¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna. Perecerán los que se alejen de ti; tú destruyes a los que te son infieles. Para mí el bien es estar cerca de Dios. He hecho del Señor Soberano mi refugio para contar todas sus obras.” (v.25-28)

Rechazar el plan de Dios para la salvación, nos conduce a la destrucción, nos condena a terminar siendo cenizas. Pero Dios quiere que tengamos vida eterna. Por eso nos muestra su plan a través de los símbolos y las ceremonias que se realizaban en el Santuario.

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Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 12 de febrero de 2010

Me harán un santuario

Introducción

¿Para qué construir un santuario? ¿Qué razones tenía Dios para pedirle a Moisés que construyera un santuario en el desierto?

La primera razón está directamente respondida en Éxodo 25:8 “Después me harán un santuario, para que yo habite entre ustedes.”

El máximo deseo expresado de Dios con relación al hombre es habitar en medio de su pueblo. La promesa de Dios a través del profeta Isaías había sido “«La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (que significa «Dios con nosotros»)” (S. Mateo 1:23 RV60). La promesa de Cristo en S. Juan 14:3 así lo expresa también: “Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté.”

Pero existe otra razón, no tan directamente expresada: el santuario es un recurso didáctico para aprender el plan de Dios para la salvación. Los primeros alumnos con quienes se usaría este recurso eran el pueblo de Israel.

Dios amaba a ese pueblo y estaba dispuesto a cumplir su promesa hecha a Abram más de 400 años antes. “El Señor le dijo: —Debes saber que tus descendientes vivirán como extranjeros en tierra extraña, donde serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años… En aquel día el Señor hizo un pacto con Abram. Le dijo: —A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates” (Génesis 15:13,18)

Este pueblo recién había sido liberado de la esclavitud en Egipto. Era un pueblo al cual no se le había brindado oportunidades de educación. No habían tenido mucha oportunidad de aprender a razonar, pues lo único que se les exigía era obedecer las órdenes de los amos egipcios, sin derecho de réplica. Tampoco se les reconocían sus derechos humanos. Y tantos años habían pasado en ese país que ya no tenían una religión propia. Habían sido fuertemente influenciados por las creencias de sus opresores.

¿Cómo enseñarles del amor de Dios? ¿Cómo explicarles que Dios no quería que vivieran para siempre como esclavos, sino como quienes habían sido liberados? Se antoja una tarea muy difícil, pero Dios sabía el cómo. Por eso dio instrucciones detalladas de cómo construir el santuario y además le dio a Bezaleel (el arquitecto principal) “sabiduría, inteligencia y capacidad creativa para hacer trabajos artísticos en oro, plata y bronce, para cortar y engastar piedras preciosas, para hacer tallados en madera y para realizar toda clase de artesanías. Además, he designado como su ayudante a Aholiab hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan, y he dotado de habilidad a todos los artesanos para que hagan todo lo que te he mandado hacer” (Éxodo 31:3-6).

Así es como el Santuario resulta un medio para aprender del amor de Dios y el camino de la Salvación.

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sábado, 6 de febrero de 2010

Ministerio Salvación en Símbolos

Salvación en Símbolos es un ministerio que está formado por estudiantes y por maestros universitarios comprometidos en cumplir la misión que Cristo dejó a su iglesia: presentar las buenas nuevas de salvación.

Objetivos:

  1. Enriquecer y fortalecer la experiencia espiritual de quienes participan en este ministerio.
  2. Presentar el evangelio sin barreras de género, edad, raza, ni religión, mediante el simbolismo encontrado en el Santuario.
  3. Promover la educación cristiana mediante el testimonio personal de estudiantes comprometidos con la misión y el servicio.

Actividades:

  1. Instalamos un modelo del Tabernáculo del Desierto cuyo atrio mide 22.5m. de ancho por 45 metros de largo.
  2. Realizamos recorridos guiados a grupos de hasta 30 personas. El recorrido tiene una duración de aproximadamente una hora y media y los grupos pueden ingresar cada 20-25 minutos.
  3. Realizamos programas para jóvenes en los que se presenta el plan de la salvación.
  4. Impartimos seminarios sobre el Tabernáculo del Desierto y sus servicios, así como la obra de Cristo en el Santuario Celestial.
  5. Presentamos una semana de evangelismo basada en el Plan de Salvación mediante los símbolos del Santuario.

Contacto:

e-mail: SalvacionEnSimbolos@gmail.com