viernes, 9 de abril de 2010

Paso 7: Enfrentando el juicio final

Al final de su vida, el cristiano ha de enfrentar el juicio. El apóstol Pablo escribió: “¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios!” (Romanos 14:10). No sabemos el momento en que esto sucederá, pero con certeza seremos de los primeros. El apóstol Pedro añade: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la familia de Dios; y si comienza por nosotros, ¡cuál no será el fin de los que se rebelan contra el evangelio de Dios!” (1 Pedro 4:17).

Sí, el juicio empieza por aquellos que
  1. Reconocieron que son pecadores y necesitan un Salvador.
  2. Aceptaron a Cristo como su Salvador personal, quien murió en su lugar para poder ofrecerles vida eterna.
  3. Fueron purificados mediante el bautismo como testimonio público de su entrega a Cristo y la obra del nuevo nacimiento que obra el Espíritu Santo.
  4. Vivieron una vida en comunión con Dios mediante la constante oración.
  5. Se alimentaron con la Palabra de Dios y enfrentaron las angustias con las promesas que Dios les dio.
  6. Dieron testimonio personal de su decisión de seguir a Cristo ante quienes les rodeaban y les invitaron a seguir a su Salvador.
Al final, enfrentan el juicio prefigurado por el servicio que se realizaba en el Lugar Santísimo, en el Día de la Expiación.

Al atrio del santuario podía entrar cualquier pecador arrepentido, pero al lugar santo, sólo a los sacerdotes les era permitido entrar. El Lugar Santísimo era tan sagrado que ni siquiera los sacerdotes comunes podían ingresar. Sólo el sumo sacerdote y en un día particular del año podía traspasar el velo que dividía las dos secciones del tabernáculo (véase Hebreos 9:6,7).

Ese día era el Día de la Expiación que se celebraba el día diez del séptimo mes. En nuestro calendario no coincide con un día específico, sino que se ubica entre finales de septiembre y octubre. Algo así como la Semana Santa que no tiene fecha fija, sino variable.

Del primero al día diez del séptimo mes todo el pueblo de Dios hacía una preparación espiritual especial. Las trompetas tocaban cada día para anunciar este evento, el más importante del año. Todos debían revisar su vida y si había algún pecado del cual no se habían arrepentido, debían confesarlo y llevar su sacrificio. Porque el día de la expiación era considerado un día de juicio para los Israelitas. Quien no aceptaba el plan de Dios, sería “cortado de la congregación de Israel”.

En ese día se realizaba una ceremonia especial descrita en Levítico 16. Luego de ofrecer el sacrificio de cada mañana, el Sumo Sacerdote traía un becerro para ser sacrificado como “propiciación por él y por su familia. Degollará el novillo para su propio sacrificio expiatorio” (v.11).

“Luego tomará del altar que está ante el Señor un incensario lleno de brasas, junto con dos puñados llenos de incienso aromático en polvo, y los llevará tras la cortina; colocará entonces el incienso sobre el fuego, en presencia del Señor, para que la nube de incienso cubra el propiciatorio que está sobre el arca del pacto. De esa manera… no morirá” (v.12, 13).

Puedo imaginar la escena: el Sumo Sacerdote entrega el recipiente con la sangre del becerro sacrificado a otro sacerdote para que la agite constantemente, evitando así que se coagule mientras él ingresa con el incienso. Según el texto debe llevar dos puñados de incienso y el incensario. Es muy probable que al cruzar el velo cerrara los ojos y avanzaba a tientas hasta detenerse frente al arca. Allí colocaba el incienso en el incensario para que la nube de humo velara la gloria de Dios que brillaba sobre el Arca del Pacto. Esta gloria de Dios se conoce como la Santa Shekinah.

Cuando calculaba que ya todo estaba lleno de humo se atrevía a abrir sus ojos y descubrir que no había muerto en la presencia de Dios. Asentaba el incensario sobre el Arca del Pacto y salía del Lugar Santísimo. “Después tomará un poco de la sangre del novillo y la rociará con su dedo al costado oriental del propiciatorio; la rociará delante del propiciatorio siete veces” (v.14). Una vez realizada este ritual vuelve a salir, esta vez para encontrarse en el atrio con dos machos cabríos.

“Tomará los dos machos cabríos y los presentará ante el Señor, a la entrada de la Tienda de reunión. Entonces Aarón [el Sumo Sacerdote] echará suertes sobre los dos machos cabríos, uno para el Señor y otro para soltarlo en el desierto. Aarón [el Sumo Sacerdote] ofrecerá como sacrificio expiatorio el macho cabrío que le tocó al Señor” (v.7-9).

“Luego degollará el macho cabrío del sacrificio expiatorio en favor del pueblo. Llevará su sangre detrás de la cortina, y hará con esa sangre lo mismo que hizo con la del novillo: la rociará sobre y delante del propiciatorio. Así hará propiciación por el santuario para purificarlo de las impurezas y transgresiones de los israelitas, cualesquiera que hayan sido sus pecados. Hará lo mismo por la Tienda de reunión, que está entre ellos en medio de sus impurezas” (v.15, 16).

“Aarón saldrá luego para hacer propiciación por el altar que está delante del Señor. Tomará sangre del novillo y del macho cabrío, y la untará sobre cada uno de los cuernos del altar, y con el dedo rociará con sangre el altar siete veces. Así lo santificará y lo purificará de las impurezas de los israelitas” (v.18,19).

“Nadie deberá estar en la Tienda de reunión desde el momento en que Aarón entre para hacer propiciación en el santuario hasta que salga, es decir, mientras esté haciendo propiciación por sí mismo, por su familia y por toda la asamblea de Israel” (v.17).

“Cuando Aarón haya terminado de hacer propiciación por el santuario, la Tienda de reunión y el altar, presentará el macho cabrío vivo, y le impondrá las manos sobre la cabeza. Confesará entonces todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera que hayan sido sus pecados. Así el macho cabrío cargará con ellos, y será enviado al desierto por medio de un hombre designado para esto. El hombre soltará en el desierto al macho cabrío, y éste se llevará a tierra árida todas las iniquidades” (v.20-22).

Este segundo macho cabrío que es enviado vivo al desierto prefigura el tiempo cuando Cristo, al venir Cristo por segunda ocasión, se lleve a su pueblo. Entonces aquellos que rechazaron seguir el plan de Dios serán destruidos por el resplandor de su venida. Así se cumplirá lo descrito en Apocalipsis 20:1-3 “Vi además a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Sujetó al dragón, a aquella serpiente antigua que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y tapó la salida para que no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años. Después habrá de ser soltado por algún tiempo.”

El sacerdote entraba por última vez en ese día al Lugar Santísimo, iba a buscar el incensario que colocó allí al principio de la ceremonia. Lo necesitaría para su obra los próximos días y también el próximo año en el Día de la Expiación. Al final del Día de la Expiación que se celebra en el Santuario Celestial, del cual Cristo es el Sumo Sacerdote, la situación es diferente. En Apocalipsis se agrega un detalle: el incensario es arrojado a la tierra. Al terminar su ministerio, Cristo arrojará el incensario. Ya no habrá una nueva oportunidad. Todos los destinos habrán sido sellados para la eternidad.

“Entonces Aarón entrará en la Tienda de reunión, se quitará los vestidos de lino que se puso antes de entrar en el santuario, y allí los dejará. Se bañará con agua en un lugar santo y se volverá a vestir. Después saldrá y ofrecerá su propio holocausto y el del pueblo. Así hará propiciación por sí mismo y por el pueblo” (Levítico 16:23,24).

La experiencia del día terminaba cuando el Sumo sacerdote salía para bendecir al pueblo con las palabras registradas en Números 6:24-26: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz.”

El pueblo estallaba en júbilo, pues “en dicho día se hará propiciación por ustedes para purificarlos, y delante del Señor serán purificados de todos sus pecados” (Levítico 16:30). Todos los participantes en el plan de Dios habían sido salvos. Pero quienes rechazaban este plan, eran cortados del pueblo y morirían por su pecado.

¡Esta es una buena noticia! Al final del día de la expiación los que aceptaron el pacto de Dios no eran condenados. Los únicos condenados eran quienes rechazaron el plan de Dios. “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, aquel que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en el cielo, el que sirve en el santuario, es decir, en el verdadero tabernáculo levantado por el Señor y no por ningún ser humano” (Hebreos 8:1,2). “Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16).

Ahora mismo Cristo está ministrando en el Santuario que está en el cielo por quienes hemos aceptado su plan. Presenta nuestras vidas como evidencia de su poder transformador de vidas. Y pronto vendrá por nosotros para llevarnos con él a vivir por siempre. Ahora es nuestra oportunidad de refrendar diariamente que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal. Tenemos la oportunidad de confiar en sus promesas.

¿Crees que el mensaje del Santuario es una buena noticia? ¿Te gustaría que otros sepan esta buena noticia? Pues compártela con todos los que te rodean. Preséntales a Cristo e invítalos a aceptarle como Salvador. Comprométete con Dios para ser uno de sus mensajeros.

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.

viernes, 2 de abril de 2010

Paso 6: La testificación

Una tercera necesidad del bebé recién nacido es la de moverse. Hay una ley en la vida: todo lo que vive, se mueve, y lo que no se mueve, no tiene vida. ¡Hasta los árboles se mecen! ¡Y la hierba del campo también! La vida del cristiano no puede transcurrir en la inactividad. Aunque algunos pasan mucho tiempo sentados frente al televisor y el fin de semana mucho tiempo sentados en una banca del templo. Son cristianos de aparador, como los maniquíes. Siempre en exhibición, nunca en acción.

Hace algunos años escuché esta historia por parte de un colportor[1]: Un día llegó a visitar un hogar. Saludó amablemente al dueño, quien lo invitó a pasar a su estudio. Después de una breve introducción, se inclinó para sacar de su portafolio los libros que estaba ofreciendo. El cliente alcanzó a verlos, todavía en el interior del portafolio y rápidamente le dijo: “¡Ni los saque! Ya sé de qué se trata.” El colportor intentó explicarle que eran obras de mucho beneficio para las familias. Pero el cliente volvió a decir: “¡Ni los saque! Ya sé de qué se trata… ¡Son libros excelentes! ¿Cuándo me los puede traer?”

Esta situación no se repite todos los días. El colportor quiso esforzarse para obtener un pedido, que ya estaba asegurado. Así que el cliente se levantó de su asiento, se dirigió al librero y abriéndolo le mostró todos los libros que anteriormente había comprado a otros colportores. “Los he leído todos y son excelentes. Por eso no necesito que me convenza de adquirirlos. Yo los quiero.”

“Sé que son libros de la Iglesia Adventista. A través de ellos he aprendido lo que ustedes enseñan de la Biblia. Es más, mi vecino es adventista. Cada sábado por la mañana sale muy bien vestido, con su Biblia bajo el brazo. Se sube a su auto con su familia y se van a la iglesia. Al mediodía regresan.”

“Tiene más de diez años de ser mi vecino. Pero nunca se ha acercado conmigo para invitarme a su iglesia, o a estudiar la Biblia. Tampoco nunca me ha hablado de su Dios, o de lo que él cree. Por eso ni siquiera se imagina que yo sé todo lo que él cree.”

Este vecino es un típico cristiano de aparador, convencido de que es suficiente con exhibirse delante de los que le rodean con su Biblia y de esa manera ha dado testimonio.

El Señor Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (S. Mateo 5:14,16). Así pues, el tercer mueble dentro del Lugar Santo es el candelabro de siete brazos (Menorah) que representa nuestro testimonio.

Este testimonio es muy importante. Apocalipsis 12:11 dice: “Ellos lo han vencido [al Dragón] por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte.”

Cuando uno continuamente da testimonio de su fe, tarde o temprano alguien en algún lugar querrá saber más y le hará alguna pregunta para la cual no tiene respuesta. Eso le llevará a buscar la respuesta en la Palabra de Dios. Pero para entender correctamente la Palabra de Dios acudirá a Dios en oración. Así se forma un círculo virtuoso de testificación – Estudio de la Palabra de Dios – Oración que se repite una y otra vez.

Por otro lado, si uno nunca da testimonio de su fe, descubrirá que nadie se interesará en preguntarle alguna cuestión que usted no sepa. Tarde o temprano descubrirá que ya lo sabe todo y no necesita estudiar la Biblia más. Con el tiempo también dejará la oración. Este es un camino descendente que lleva a la muerte espiritual.

Y cuando un cristiano deja de orar, le sucede lo mismo que a un ser humano que deja de respirar: se muere. ¡Alabado sea Dios! Porque aún en esa triste condición hay esperanza. ¡Dios puede resucitar a los muertos!

Gracias por escribir sus comentarios. Continuará la próxima semana…


Todos los textos de la Biblia, excepto cuando se indica lo contrario, han sido citados de la Nueva Versión Internacional publicada por la Sociedad Bíblica Internacional en 1979.


[1] Un colportor es un ministro cristiano que distribuye Biblias y libros con un mensaje de salud, bienestar familiar y bienestar espiritual.